La dicha es generosa
Un mismo significado atraviesa como una flecha cuatro épocas distintas, uniendo obras que tratan los mismos temas pero con respuestas sorprendentes. La fe, la existencia de Dios, el sentido de la virtud y el valor del pecado vertebran dos obras maestras de la literatura, un videojuego y una reciente película, todas definidas en torno al valor de una mujer.
Dante’s Inferno
¿Qué recuerdos os trae la generación PS360? Aunque se haya puesto de moda denostar ese periodo, para otras muchas personas significa añorar de una época que no se va a repetir. Una era en la que los presupuestos no eran tan desorbitados como hoy día, donde por cada juego first party había varias docenas de AAs de lo más competentes, y durante la cual los riesgos se tomaban con alegría. Fue también la última generación en adaptar superproducciones del cine, series de televisión y todas esas licencias que hoy día son casi imposibles de ver, más allá de ese par de franquicias abonadas al género del tipo de Alien, Terminator o Star Wars. Estos dos factores se dieron cita en algo tan inusual como un juego basado en una obra magna de la literatura: el Infierno, la primera cántica de La Divina Comedia que el poeta florentino Dante Alighieri escribió entre 1304 y 1321. Superado el estupor inicial de convertir un poema en juego de acción, las respuestas se hacían obvias, pues para empezar muchos títulos para consola y PC se basan en los mitos griegos y romanos; algunos de forma más literal, como God of War, y otros trasladando el arquetipo heroico que daría lugar a los justicieros modernos. Y tres cuartos de lo mismo con la literatura, desde las novelas de caballería hasta la bibliografía de Tolkien, material responsable de tantísimos RPGs y aventuras.
Visceral Games, por entonces aupados al éxito gracias a Dead Space, aplicaron esa forma de pensar ‘fuera de la caja’ con la obra de Alighieri. El punto de partida lo tenían en bandeja de plata con los nueve Círculos del Infierno, los siete pecados capitales y los habitantes de lnframundo, prácticamente un manual de estilo para su juego. Es más, hubiesen seguido esa misma estructura con Purgatorio y Paraíso, las otras dos cánticas de La Divina Comedia, las cuales habrían dado lugar a dos secuelas que por desgracia nunca fructificaron. Quedémonos con lo bueno, que es mucho y generoso, como que cada uno de los pecados determina el aspecto de cada nivel y el de los enemigos en dicho escenario, con fieles representaciones de los tormentos de los pecadores en cada círculo. El italiano, que tenía su vena morbosa, no escatimaba en detalles truculentos y el juego tampoco lo hace, como tampoco racanea en cuanto a desnudos y erotismo: demonios con clítoris gigantes de cola de escorpión, bebés nonatos armados con garras, un Lucifer gigantesco, negro y sátiro digno de un grabado medieval… Ríos de sangre y mil y una torturas ilustran el viaje del protagonista, combinando influencias de Doré, Giger, El Bosco o Moebius por citar unos pocos. Las minuciosas descripciones del italiano dieron alas a la imaginación de los diseñadores, creando el juego con el apartado visual más atrevido, intenso y simbólico de toda su generación. Una obra imposible de hacer hoy y mucho menos ser editado por una productora como EA, algo que cimienta su estatus de culto y cierto aire de malditismo.
Tantas y tantas veces ocurre que un juego brillante en lo formal fracasa en su narrativa, y Dante’s Inferno partía además bajo el peso de adaptar al Poeta Supremo, figura capital de la literatura de todos los tiempos. Pues bien, Visceral Games iba a enmendarle la plana creando una historia propia a partir del texto original. Nuestro protagonista es un cruzado que regresa de combatir en Jerusalén, y lo hace arrastrando un estrés postraumático que lo ha dejado trastornado; más no tendrá tiempo para la autocompasión, ya que de regreso a su villa de Florencia descubre que han asesinado a su familia y Lucifer se ha adueñado del alma de su amada Beatriz. Como Orfeo en busca de Eurídice, Dante se sumerge en el Infierno y atraviesa los nueve círculos para liberar a su esposa, con la guía del poeta griego Virgilio, las constantes provocaciones del Demonio y un peso que termina por desbordarle al hacernos testigos de una verdad muy oscura respecto al protagonista, despojado de capas de heroicidad hasta mostrarse como un ser retorcido. Si el guerrero ha acabado en el Inframundo es porque se lo merece, y a cada golpe de la historia queda retratado como alguien mucho peor que los pecadores que encuentra en este recorrido.
Dante sucumbió a la lujuria, la gula y la codicia, asesinó a inocentes por el mero hecho de considerarlos infieles y dejó que su cuñado cargase con la culpa de esos crímenes. A modo de penitencia se cose una cruz de tela al pecho donde muestra todos sus pecados, aunque lo que más le pesa de todo es haber sido ingenuo al pensar que su misión en Tierra Santa era piadosa y que estaban salvando almas; de hecho si se entregó a sus bajos instintos fue bajo la promesa del obispo de que todas sus faltas serían perdonadas. Y es aquí donde juego y poema toman caminos distintos, porque si bien Dante’s Inferno deja al protagonista en el Purgatorio, al igual que el final de la cántica, es en parte concesión y también cebo para la frustrada secuela. En realidad los guionistas Jonathan Knight y Will Rokos están más interesados en mostrar el fanatismo religioso en clara contraposición con la devoción de Alighieri, y cómo la Iglesia está detrás de los grandes desmanes del siglo XIV en el cual transcurre el juego. Suman a esto la perspectiva de siglos de distancia y tras tantas desgracias provocadas por el clero, y aunque respetan que el autor no ataque a la Iglesia, el marco es más que evidente en esta adaptación para consolas. Las tropelías del ‘héroe’ fueron cometidas con la coartada de la Iglesia, la misma que impulsó las sangrientas Cruzadas y tantas otras guerras santas; del mismo modo que los mayores pecadores tienen vínculos religiosos tanto en el juego como en el poema.
Dante’s Inferno alcanzó buenas notas y análisis laudatorios de sus puntos fuertes, en concreto el espectacular diseño de escenarios y enemigos, y una historia tan solemne como poderosa; pero los elogios vinieron acompañados de críticas simplistas que lo comparaban con God of War por el mero hecho de tener elementos adultos y usar cámara fija, cuando en realidad el referente de la jugabilidad era Devil May Cry. Asimismo a partir del tema religioso del texto original el juego construye un desarrollo basado en las almas que obtenemos al castigar a enemigos y pecadores, o bien por la expiación de los mismos. De esa forma se mantiene fiel al mensaje de Dante Alighieri, devoto cristiano que ponía la fe por delante de todo, de modo que en el videojuego conseguimos más almas si nos mostramos piadosos; y en un original cruce entre juego e historia, al final de la misma todas las almas recogidas tienen un papel fundamental en el desenlace. Todas las alabanzas son pocas para esta maravilla que llegó a tener en marcha una segunda parte, cancelada por el estigma de unas malas ventas apenas superiores a un millón de copias. Su valor también reside en un paralelismo que La Divina Comedia estableció medio siglo más tarde con otro actor esencial, y que en el caso del videojuego se iba a repetir por medio de una película… Pero antes de entrar en detalles, viajemos hasta el siglo XVIII.
Justine o Los infortunios de la virtud
De haber conocido a Donatien Alphonse François de Sade, Dante se habría arrojado él mismo al noveno círculo del infierno al verse ante el mayor libertino, sacrílego y pornógrafo de la Francia revolucionaria. Quizás el italiano hubiese sido piadoso de haber mirado más allá de la leyenda negra del Marqués de Sade, un librepensador que pasó casi tres décadas en prisiones y manicomios, acabando en sus últimos años ciego, enfermo y con obesidad mórbida. Una cosa es indiscutible: ni en las más febriles pesadillas de Alighieri habría imaginado los vasos comunicantes entre su obra y la del francés, en un vínculo en nuestro tiempo a través de un videojuego y una película. Más inusual que esto es el hecho de que hoy día podamos sumergirnos en la obra del autor parisino, quien en su testamento ordenó la quema de sus manuscritos, si bien el escándalo que rodeó a su trabajo le ahorró ese trabajo al desterrarle al ostracismo hasta bien entrado el siglo XX. El poder, la religión, la sexualidad o la moralidad fueron temas que Donatien exploró hasta subvertirlos con una precognición inaudita, desafiando las nociones convencionales de la moralidad al tiempo que exponía las contradicciones inherentes a la sociedad y la condición humana. A través de sus personajes Sade mostró las vergüenzas de las estructuras de poder y las instituciones sociales, a la vez que se rebelaba contra la opresión y la hipocresía de una época tan rígida como la Francia de entonces, todo a través de una línea de pensamiento irreverente. Sólo alguien como él puede seguir siendo igual de relevante al cabo de trescientos años, constituyendo una figura única que encarna el razonamiento crítico y el cuestionamiento de las suposiciones más arraigadas; un autor que nos recuerda la necesidad de desafiar las convenciones y explorar las profundidades más oscuras. En un mundo donde la conformidad es omnipresente, la voz de Sade sigue resonando como un recordatorio poderoso de la importancia de la libertad de expresión y la búsqueda del conocimiento sin restricciones.
Sade escribió la primera versión de Justine en 1787, en apenas dos semanas y durante su estancia en la prisión de La Bastilla. No sería publicada hasta 1971, el primer libro editado del autor a partir de una adaptación más extensa y obscena, que tendría una versión definitiva en 1797 acompañada de 100 explícitos grabados; pero el hecho de que se vendiese como rosquillas no evitó que el mismísimo Napoleón prohibiese el texto en el siglo siguiente, ordenando su destrucción en 1815. Las variaciones del libro siempre fueron fieles al tema central de su título: los padecimientos de una doncella a lo largo de varios años, provocados por su empeño en mantenerse virtuosa. Esto la lleva a caer en manos de personas desviadas y crueles, que se ven incitadas a someterla a infinidad de abusos en un recorrido que no se olvida de ningún estamento: desde monjes a burgueses, pasando por jueces, doctores y banqueros. Una vida contrapuesta a la de su hermana Juliette, quien tras verse en la calle junto con Justine, elige ceder a la corrupción en un convento; unos hechos que le valdrían para protagonizar su propia historia, en el libro que lleva su nombre y que Sade publicaría tras Justine. Mucho tiempo después las dos huérfanas terminan reencontrándose y Juliette, que ahora se hace llamar Madame de Lorsagne, introduce la moraleja ‘Made in Sade’ al explicar que le bastó un corto periodo entregada al libertinaje para prosperar en la vida, mientras que la tenacidad de Justine ha hecho de su vida una pesadilla. Sade se burla de los designios divinos cuando su protagonista, que por fin ha encontrado la paz al lado de su hermana, muere fulminada por un rayo; si bien claudicó a la imposición de sus editores de escribir un final didáctico al hacer que Juliette se vuelva religiosa tras la trágica pérdida de su hermana.
Justine encaja en la tendencia literaria de los siglos XVIII y XIX de obras protagonizadas por mujeres desgraciadas, desde Anna Karenina hasta Jane Eyre, aunque el ejemplo más paradigmático sería Julia o la nueva Eloísa de Rousseau, casi contemporáneo de Sade que aquí crea una obra filosófica sobre las imposiciones de la época en cuanto al matrimonio y el romance. Pero más allá de pertenecer al mismo grupo literario, la Justine de Sade es única desde que empieza siendo una abstracción platónica, la encarnación de la inocencia virginal y la sensibilidad. En una época es la que la virtud era a la vez un gran valor social y la tentación de los peores instintos, Justine incita al lector a través de su vulnerabilidad erótica, remarcada por esa ingenuidad de la que hace gala en casi toda la novela. Agraviada por su propia virtud, Justine tan solo puede sufrir y es incapaz de disfrutar a nivel sexual de cualquiera de las relaciones en las que se ve implicada. Es una víctima en todo momento y Sade no trata de evitarlo, aunque al mismo tiempo incide en que la fe ciega de la joven es la barrera que le impide ser tan retorcida como sus torturadores y, por ende, disfrutar del mismo modo que ellos. Pero el autor no era ni ingenuo ni arrogante. Su agnosticismo radical definía su obra, no tanto por su espíritu provocador y su ligazón al Objetivismo, sino como forma de rechazo a la Iglesia y sus dictados en una sociedad como la del siglo XVIII, en la que tanto peso tenía el clero a todos los niveles. Las constantes transgresiones de sus libros eran una burla al sistema y una crítica contra su hipocresía, en la cual también incluía a los sectores más destacados de la sociedad, es decir, el clero, los políticos, los nobles y la burguesía. Al convertirlos en personajes de sus obras como autores de actos decadentes o aberrantes, Sade está retratándolos como lo que eran, un hatajo de personas patéticas que están hastiados de sus riquezas y persiguen estímulos más allá de las normas sociales establecidas, las mismas que defienden de manera hipócrita. El escritor los desenmascara para mostrar animales con piel humana, sin embargo enlaza esto con el hecho de que no exista Dios y a través de sus actos lo prueba: estas personas no reciben castigo alguno por sus actos e incluso se benefician de ellos, pues el hombre es perverso por naturaleza y prospera siempre a costa de los más débiles.
Sin Dios ni amo
Al igual que en La Divina Comedia la figura de Dios se percibe en casi todas las páginas de Justine, aunque con perspectivas muy distintas. La obra de Dante confiere a Dios estatus todopoderoso, sobrenatural y omnipotente, con unos designios que establecen el destino de los pecadores y por ende, de los protagonistas. Dios también está presente en Justine, solo que aquí es en forma de vacío y superstición a la que se aferran las masas para explicar la naturaleza. Para Sade la pereza mental, la ignorancia y la falta de curiosidad derivan en la comodidad de creer en un ser superior, algo que con el paso de los siglos pasó de ser simple creencia a dogma inapelable, hasta el punto de que en la época del escritor había que aplicar todo el poder de la razón para darse cuenta de que Dios no existe. En Justine Sade vuelca todo su ateísmo y en consecuencia su misantropía, convencido de que la corrupción moral y el vicio son el verdadero motor social, mientras que aquellos que se aferran a una virtud solo consiguen miseria porque creen en algo que no existe frente a lo tangible de lo humano. Si no hay Dios tampoco existen reglas sobre el bien y el mal más allá del contrato social de la convivencia, e incluso eso Sade se lo saltaba.
Por otro lado Alighieri, inmerso en las intrigas políticas de Florencia en su época que provocaron su exilio, introduce varias pullas a los estamentos más poderosos de la sociedad, mucho menos agresivas que los ataques de Sade pero al mismo tiempo más explícitas. Me explico: Dante se permite dar nombres y apellidos no solo de figuras clásicas, también de contemporáneos de su época e incluso con el mismo lugar de residencia, convirtiéndolos en merecidos habitantes del Infierno. Es un descarado ajuste de cuentas del florentino, mientras que Sade ataca a colectivos más generalistas por medio de personajes de ficción. Ambos autores trabajan unidos por una minuciosidad que sería la envidia de Tolkien, pues mientras que Alighieri se recrea en detallar los grotescos y sobrecogedores tormentos del Infierno, Sade hace lo propio con los castigos que recibe Justine. Eso sí: el francés nunca ocultó su carácter morboso, pero Dante se escudó en su catolicismo furibundo para dar rienda suelta a su vena más oscura, picaruela y (me atrevo a decir) psicosexual. Tan solo con cambiar el contexto místico de Infierno por uno real y eliminando los aspectos más fantásticos, muchas de las escenas que relata Dante podrían formar parte de los libros de Sade.
Dante y Sade construyen sus obras a partir de un mismo cimiento, la ausencia de Dios. El escritor francés le da categoría de hecho que por sí mismo desdibuja el concepto de la moral, pues si Dios no es real tampoco lo es el concepto de pecado, dejando al hombre la decisión de qué es bueno o qué está permitido. Alighieri en cambio sí cree en en un Ser Superior, sin embargo lo deja fuera de Infierno para mostrar que la separación de Dios es el mayor de los castigos. Esto cobra forma en el poema a partir de la máxima ‘Dios está en todas partes’, ya que al no hallarse presente en el Inframundo ese vacío lo ocupan los pecadores, más apelotonados cuanto mayor sea su afrenta.
Más allá de los temas que trata y su mensaje, la Justine de Sade es un catálogo de desviaciones y castigos, exactamente igual que el Infierno de Dante. Sade era consciente de que sus actos inmorales iban a generar curiosidad en el menor de los casos o clara atracción en la mayoría, e incluso aquí está conectado a su homólogo italiano. Dante no pretendía provocar rechazo con los tormentos del Infierno y así llevarnos por la vía de la virtud, sino enseñarnos que los castigos son un complemento del pecado, una forma de perfeccionarlo: los iracundos son condenados a discutir a gritos por toda la eternidad; aquellos que sembraron discordia y dividieron la sociedad son partidos en dos con una espada; los hipócritas han de llevar máscaras de plomo fundido; los envidiosos yacen abrazados por serpientes de fuego, devorados por el veneno de sus propios celos. Es una deliciosa ironía que el beato italiano crease un repertorio de escenas para ilustrar los pecados en su forma más perfecta, justo lo que ejemplifica Sade con Justine, Juliette o Los 120 días de Gomorra con sus protagonistas entregados a perfeccionar los actos más sacrílegos.
Además de rendir tributo a su amada Beatriz, lo que Dante Alighieri perseguía es construir una gigantesca alegoría a partir de las tres piezas que componen La Divina Comedia: el viaje hacia Dios del alma, en un recorrido que sólo puede comenzar a partir de la admisión y el rechazo a los pecados cometidos. Es el mismo viaje que emprende Sade con Justine, aunque en dirección contraria: para él alejarse de lo divino y sus imposiciones supone abrazar la verdadera humanidad, con toda su oscuridad y amoralidad. Romper las cadenas con Dios es mostrarse tal cual es uno mismo, una liberación que se contrapone a la que plantea Dante (llegar a Dios por la vía del arrepentimiento) pero que al mismo tiempo coincide con él en el sentido de culminación de un viaje espiritual en ambos autores, los dos hablando sobre la importancia de admitir los pecados, Dante como camino hacia la fe y Sade en el sentido de vía hacia nuestra realización de que esta es la única vida que tenemos.
De Beatriz a Justine
Si el Infierno de La Divina Comedia y Justine son obras conectadas con casi 500 años de diferencia, resulta sorprendente ver que Dante’s Inferno también forma parte de este tríptico; pero lo más fascinante es que su nexo de unión se limita a las conexiones que he referido entre los trabajos de Sade y Alighieri, sino que reside en su reinterpretación del tema central de la virtud, hasta el punto de que todas estas obras forman un conjunto único que trasciende su importancia.
La musa de Alighieri existió en la realidad. De nombre Bice Portinari, nació en 1266 y pertenecía a una familia acomodada, que cuando ella era niña se mudó a Florencia a una casa contigua a la de Dante. A los 21 años Bice se casó con el banquero Simone dei Bardi y falleció apenas tres años más tarde, un hecho que impactó de manera profunda al poeta pero que le vino bien para construir una imagen mística de su amada… ¡A la que apenas conocía! Sí amigos, como tantos y tantos autores Dante se enamoró de una idea en su cabeza, pues la Bice de carne y hueso apenas cruzó algún saludo con él durante toda su vida. Un idilio platónico que derivó en el tradicional amor cortés de la época, además de definir gran parte de la obra del italiano; tal es así que la mujer aparece tanto en la Divina Comedia como en otro de sus escritos, Vita Nuova. El poeta la rebautizó como Beatriz, ‘la bienaventurada’ en latín, ángel de la guardia y figura fundamental en sus textos, dotada de una pureza hace que trascienda la corporeidad para ser un avatar de la misma, así como custodio de Dante. Es ella quien intercede a su favor y la que envía a Virgilio para acompañarle, para más tarde convertirse en su guía en Purgatorio. Es un papel que retoma en Paraíso, la parte final de la Divina Comedia y en la cual Beatriz no duda en recriminar a Dante haberse entregado al pecado en vida, tras lo cual más tarde asciende a los cielos para convertirse en la encarnación del amor divino y del perdón, elementos que son reinterpretados en el juego para enriquecer la historia.
El juego Dante’s Inferno logra lo que Dante tanto anheló, convirtiendo a Beatriz en su amante esposa que ansía su regreso de las Cruzadas. Su cónyuge partió con la promesa de serle siempre fiel, mientras que ella haría lo propio guardándole la ausencia y manteniendo su virtud hasta su regreso; pero como la Justine de Sade, Beatriz verá que su compromiso con la pureza sólo sirve para incitar a los hombres y traerle desdichas. Alighieri di Bellincione, el padre de Dante, es un hombre cruel entregado a sus bajos instintos que piensa aprovecharse de Beatriz en ausencia de su hijo, al que ya da por muerto. Mientras la atribulada mujer trata de resistirse se nos desvela que Dante no sólo rompió su compromiso, sino que se refociló en su infidelidad durante su estancia en Jerusalén. En un giro del destino con moraleja incluida, es Beatriz quien paga las consecuencias de los errores de su esposo cuando el marido de la prisionera con la que Dante se acuesta en las Cruzadas viaja hasta Florencia, donde se cobra venganza asesinando a su suegro. En este ataque Beatriz queda semidesnuda, un hecho en el que los creadores del juego inciden en más de una ocasión, como si quisieran hacer de ella su particular Justine y someterla a más humillaciones si cabe, aunque lo traten de escudar en el tono adulto del juego.
Los creadores de Dante’s Inferno tomaron buena nota respecto a la fijación de Alighieri con Beatriz, un amor loco basado en un ideal y que es bastante probable que no hubiese sido del agrado de la verdadera Bice. Sin desmerecer su carácter de figura literaria, Beatriz representa la obsesión del poeta y cómo se aprovecha de ella a sus espaldas e incluso tras su muerte, cegado por unos sentimientos que nunca fueron reales. Dante’s Inferno demuestra que Beatriz fue explotada por Dante en sus obras e inciden en ese carácter del personaje de manera mucho más literal y explícita, al tiempo que construye un personaje con más enjundia que la presencia divina del poema original. Al contrario que en La Divina Comedia en Dante’s Inferno la joven no asciende al Cielo, sino que queda atrapada en el Infierno, y como le ocurriera en vida, allí Beatriz es sometida a nuevos abusos por parte de Lucifer, quien la captura para provocar a Dante y espolear su venganza.
Al igual que a Justine, seguir una vida de virtud cristiana sólo ha servido para traerle desgracias a Beatrice, un paralelismo que es exclusivo del juego, ya que la virginal Beatriz de La Divina Comedia está libre de toda mácula. El punto de inflexión llega cuando Beatriz conoce la deslealtad de su esposo y, cansada de ver que su compromiso con la pureza es sinónimo de sufrimiento y desdicha, decide entregarse a Lucifer y convertirse en su consorte. Este conflicto se resuelve como sólo puede hacerse en los videojuegos: con Beatriz convertida en jefe final al que debemos derrotar, o dicho de otro modo, someter a un castigo que se suma a todo lo que ha padecido la doncella, en un subtexto que no desentona con la concepción que se tenía de la mujer en el siglo XIV. Es también traslación literal de Dante enfrentándose a sus pecados, ya que también ha de plantar cara a su cruel padre (a quien descubre con pavor que se parece más de lo que creía), a todos los inocentes que ejecutó y a su mejor amigo, al cual traicionó. Y si la vida de la Justine de Sade está en buena medida condicionada por las decisiones de los hombres, ocurre igual en Dante’s Inferno: es Dante quien expía el pecado de Beatriz y la libera, y antes de que los amantes puedan reencontrarse el arcángel San Gabriel se lleva consigo su alma.
La enseñanza de la inmoralidad
Existe un cine alejado de los grandes circuitos comerciales, una corriente alternativa que celebra lo extremo como expresión de temas trascendentales al tiempo que trasgrede los límites formales, estéticos y hasta éticos. Con la completa libertad que da no estar ligado a grandes productoras y ser películas hechas casi en régimen de cooperativa, sin que lo exiguo de sus recursos impida tener una factura, acabado e ideas que son muy superiores al de muchas superproducciones. La pega del asunto es su acceso, mediado en la mayoría de casos por sellos independientes de Blu Rays y DVDs, que por lo limitado de sus tiradas hace que estas ediciones tengan precios elevados… ¡Con estos bueyes hemos de arar! Son obras que transitan la delgada línea entre el arte y ensayo y el cine más extremo, una combinación que ya hace décadas nos dio joyas del género como, precisamente, un largometraje basado en otra obra de Sade: Saló o los 120 días de Gomorra, adaptación libre de la obra homónima y que firmó el malogrado Pier Paolo Pasolini. Hoy día pocos discuten su estatus de largometraje magistral a pesar de ser también considerada como una de las películas más duras de ver de la historia… En aquellos tiempos, porque en ese aspecto en concreto la nueva adaptación de Justine le da sopas con honda.
De igual modo que la Justine original tuvo varias versiones y ampliaciones en vida de Sade, sus adaptaciones al cine han seguido el mismo camino, la mayoría de ellas realizadas entre los 60 y los 70 durante la vorágine del cine erótico de esa década. El fallo fundamental es que buscaban ser meras obras picantonas, obviando por igual el componente más sombrío del libro original y su mensaje, algo que no ha sido el caso de su versión de 2023 a cargo del mexicano Álex Hernández, y que ha tenido una notable repercusión en el circuito del horror independiente. Sin adscribirse al terror o al torture porn, Justine usa elementos de ambos géneros crea una pieza de enorme alcance con el objetivo de remover la conciencia del espectador.
El largometraje tiene el mismo concepto de partida que el libro de Sade, una joven virginal sufre mil y una ordalías por culpa de su compromiso inquebrantable con la virtud cristiana; sin embargo, por una cuestión formal y narrativa el film no adapta el texto al completo ni repasa todos los desencuentros de Justine, y en vez de eso se centra en su tortura a manos de un único personaje, el doctor Rodin (Enrique Díaz Durán). Contar con dos protagonistas principales le permite al director dar mayor peso a las conversaciones filosóficas, siempre bajo el punto de vista del autor original: mientras Justine defiende unos valores morales por encima de todo y permanece fiel a su fe, Rodin es todo lo contrario tras una carrera dedicada a salvar vidas como médico, ahora entregado al mal en un sentido hedonista. Si no hay un ser divino que penalice nuestras acciones, el hombre puede ser su propio dios y en tal medida seguir sus propios dictados, e incluso pervertir a su favor la moral religiosa castigando la bondad y la virtud al tiempo que premia el daño.
El director podría haberse detenido en el trágico final de la protagonista en el libro, pero en su lugar hace que su Justine evolucione para enfatizar el mensaje de la obra original. En la película la joven toma las riendas de su vida cuando consigue matar a su captor, pareciendo en ese momento la encarnación de la justicia divina; pero en realidad es una ejecutora terrenal, llenando el vacío de un castigo providencial que no nunca podrá producirse porque Dios no existe. Y aquí la muchacha termina emponzoñándose del mal y regresa a él voluntariamente, y solo entonces es cuando comienza a disfrutar del mismo en un sentido erótico, justo después de abandonar el cobijo de los valores que la hacían especial. El sentido de Justine queda explícito a través del poder de sus imágenes, pero en especial por la increíble actuación de Dan Zapata en el papel protagonista, un rol muy difícil al que se entrega por completo, habiéndolo preparado durante más de un año en el que estuvo inmersa en la piel de la heroína de Sade. Justine tiene escenas extremadamente intensas que han exigido a Zapata y a Durán renunciar a su intimidad e ir más allá de los límites de lo personal, y ese nivel de compromiso actoral hace de la película una rara avis por lo sobresaliente de sus actuaciones que enriquecen una obra impresionante.
Un único significado
El Infierno de Dante, la Justine de Sade, Dante’s Inferno y Justine (2023). Cuatro obras unidas en forma y fondo en los temas que tratan, por los riesgos que toman y en el modo en que utilizan un punto de partida para ir más allá de un límite prefigurado. Componen un corpus esencial en el que un mismo sentido respira en cada una de estas obras, empezando por la alegoría que busca Dante y que en su versión de videojuego sirve como fábula moral; de la misma manera que Sade pervirtió las moralejas beatas y la película de Álex Hernández moldea ese mismo mensaje, aunque desde una vía más humanista. Y las cuatro comparten un mismo sentido. Ya sea por cinismo, escepticismo, rechazo de lo divino inmaterial o el ensalzamiento del perdón y el amor, estas cuatro maravillas contraponen la crudeza de sus imágenes e historias con el poso de velado optimismo insisten en dejar en sus renglones finales.
Es lo que Sade buscaba con sus obras y lo que consigue su última adaptación al cine. ¿Y Dante’s Inferno? A su manera sigue los pasos de la película de Hernández, aunque lo hace por su propio camino. El poeta italiano se dejó seducir un poco por la oscuridad al disfrutar detallando los tormentos de los pecadores, mientras que Visceral Games lleva esto al siguiente nivel con sus espectaculares diseños y una violencia grandguiñolesca, en un retablo coronado por la banda sonora de Garry Schyman de tono Wagneriano, con magníficas piezas orquestales a cargo de la Philarmonia Orchestra de Reino Unido. Es una música muy oscura y tan atrevida como el propio juego, y que incide en los temas del mismo por medio de coros desgarradores, percusión brutal que incluye sonidos inarmónicos y la intensidad de las secciones de viento y cuerda.
Del Renacimiento del siglo XIII al Rococó del siglo XVIII, tanto La Divina Comedia como Justine están muy ligados al arte de sus respectivas épocas, y como los afluentes de un río esas corrientes también desembocan en videojuego y película. La Justine de Álex Hernández arropa sus momentos más crudos con una fotografía exquisita, imágenes de enorme belleza dignas de un museo o una galería fotográfica, y el lirismo que le confiere una banda sonora de música clásica. Es un arte que hermana al largometraje con el libro original, y que supone la sublimación de la estetificación de la violencia: confiere un subtexto a su representación para dotarla de un significado más elevado, que no se limita a los códigos del cine. Porque si nos referimos al arte como reflejo del ser humano también lo es de sus contradicciones, y una misma pieza artística puede ser grotesca y cautivadora a la vez, poseer una belleza única y al mismo tiempo ser terrible y oscura.
La intención de estas cuatro obras persigue generar un cambio en el receptor, atacando sus sentidos por distintas vías que despierten en él una reflexión profunda. E incluso en medio de la oscuridad nihilista de estas cuatro piezas encontramos un mensaje constructivo, pues sólo se puede atisbar a través del altruismo y la entrega hacía los demás: al final de la película Justine nos recuerda que “la dicha es generosa”, y ese es el verdadero sentido de la vida.
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