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Pánico moral (II): Satán

   En esta segunda entrega viajamos en el tiempo, para analizar el pánico satánico. Durante una década Estados Unidos vivió bajo una histeria social, con el foco puesto sobre la cultura popular.

 

   La América de los años 80 era inhóspita. La delincuencia creció a niveles insólitos, fruto de las desigualdades sociales y una crisis económica. El SIDA hizo su entrada, segando millones de vidas. El gobierno se centraba en sus injerencias internacionales, dejando de lado las necesidades de su población. Cuando el pan se agotó y el circo no bastaba, se buscaron nuevas distracciones. Con una mano en el corazón y la otra aferrando la Biblia, desde la presidencia se alentó a conservar “el modo de vida americano”, amenazado por una serie de factores externos. Era el eterno modo de proceder de los yanquis: la culpa nunca es nuestra, sino de otros.

    Por si no fuese suficiente, algo terrible estaba sucediendo de forma clandestina. Las sectas satánicas se habían apoderado del país, infiltrándose a todos los niveles: desde la guardería donde dejas a tu hijo, hasta los recreativos que frecuentan los jóvenes. Estos siniestros personajes secuestraban a mujeres, adolescentes y niños. Los sometían a todo tipo de vejaciones, en orgías abominables. Los sacrificios humanos se contaban por miles; incluyendo los de bebés. Eran habituales el canibalismo, el bestialismo y hasta la invocación de demonios. Estos satanistas eran tan pérfidos, que introducían mensajes subliminales en los discos, los juguetes y hasta en los dibujos del sábado por la mañana. ¡Todo estaba pasando ante los ojos de los pobres americanos!

   Y todo era mentira.

 

Michelle Recuerda

 

   A finales de los 80, los ‘valores tradicionales’ tan sólo servían para reforzar la fragmentación social. En su lugar prevalecía otro sistema de principios: la desafección, la frustración, la ansiedad y la neurosis habían tomado las riendas. Aun así, los sectores más conservadores se aferraban a esa imagen tradicional de ‘lo bueno y lo correcto’. Era ponerse una venda en los ojos, ante los vicisitudes de los jóvenes de la época. ¿Por qué iban a reconocer que eran responsables, si podían escudarse en una histeria moralista?

   La fractura de la sociedad requería un culpable; el que fuera. Desde el cielo (o el infierno), llegó su salvación: Michelle Recuerda. En 1980 sale a la venta este libro, escrito por Michelle Smith y el psiquiatra Lawrence Pazder. Siete años antes, Pazder había comenzado a tratar a Michelle por depresión, la cual padecía a raíz de un aborto. Según este testimonio, el terapeuta supo sacar los recuerdos reprimidos de Smith, por medio de la hipnosis La mujer afirmaba haber sufrido abusos entre 1954 y 55, a manos de su madre y otras personas. Estas personas pertenecían a una confabulación satánica, con ramificaciones internacionales. Según Smith, el grupo se dedicaba a la destrucción física y mental de niños cristianos. La lista de suplicios que padeció era terrible: Michelle fue encerrada, torturada y violada durante todo ese tiempo. También fue testigo de la crucifixión de bebés (y de gatitos). Fue obligada a defecar en la Biblia, y a restregarse con restos humanos. Incluso se le injertaron quirúrgicamente cuernos y rabo. ¡Pero no temáis por Michelle! En 1955 se le aparecieron Jesús, la Virgen María y el Arcángel Miguel. Gracias a esta intervención se curó de todas las heridas, y su trauma fue reprimido hasta que llegase el momento de recordarlo.

   Oprah Winfrey, la María Teresa Campos americana, fue una de las muchas figuras mediáticas que se creyeron Michelle Recuerda, dándole enorme publicidad. Mientras el libro vendía a espuertas, Pazder se convirtió en asesor y experto de abusos infantiles. No en vano había inventado el término Abuso Ritual Satánico, referido a los supuestos desmanes cometidos por satanistas en todo el país. Michelle Remembers es la obra de un charlatán, que tampoco tuvo rubor en acostarse con su paciente. Pero el libro llegó justo cuando el pánico moral necesitaba un motor. Pazder era un devoto católico, lo que le abrió las puertas de la Mayoría Moral. Esta organización religiosa la formaban fundamentalistas cristianos, y tenía gran influencia sobre el gobierno. Sus fuertes lazos con la derecha cristiana fueron cruciales en varias de las victorias republicanas. La Mayoría Moral fue pieza clave de la política de aquellos años, y determinante en la creación del pánico satánico.

     El psiquiatra se aprovechó de un problema social. Las reformas legales de finales de los 70 propiciaron los avances en servicios sociales. Esto dio lugar a la investigación de incontables casos de abusos de menores. Dado que Pazder asesoraba también a policías e investigadores, los cuales usaban Michelle Recuerda como guía de trabajo. Repito: una obra de ficción, cuya autora afirma que se le apareció Jesús, era una herramienta en el tratamiento de abusos infantiles. Muchos de estos casos de abusos eran reales, sólo que el aspecto satánico no existía. Los investigadores sugerían a los niños todos los contenidos del libro y otros similares. Lograban así sugestionarlos, para que viesen esas patrañas como auténticos recuerdos. No sólo eso: los autores de estos crímenes se beneficiaron del pánico satanista. Al admitir que habían cometido sus actos “para honrar a Satán”, lograron reducciones en sus condenas y acuerdos exculpatorios.

     Pronto los abusos satánicos se reprodujeron como esporas. Satán ocupaba todos los titulares, las 24 horas. Las ideas del ARS se instalaron en las mentes de millones de personas; incluyendo niños. Surgieron nuevos casos, con chavales declarando como real lo que habían aprendido por los medios. El caso más relevante fue el de la guardería McMartin, en California. En 1983, Judy Johnson afirmó que uno de los monitores, Ray Buckley, había sodomizado a su hijo. Ray había sido marido de Judy, la cual sufría una serie de trastornos. A pesar de que Johnson afirmaba cosas como que “Ray podía volar”, su testimonio puso en marcha la acusación. Cientos de alumnos de McMartin fueron interrogados, y se obtuvieron nuevos testimonios. Las “evidencias” se lograron por medio de interrogatorios coercitivos. Así se explican sus delirantes historias: además de haber sufrido abuso ritual satánico, los chavales afirmaban que había un sistema de túneles secretos bajo la guardería; estos eran usados para el secuestro de menores y su tráfico por todo el país. Dijeron además que vieron volar a brujas, y que el mismísimo Chuck Norris había sido uno de los violadores. El juicio del caso McMartin duró hasta 1990, y fue el más caro hasta la fecha en la historia del país. Todos los cargos fueron retirados, y no se pudo probar ni una sola de las alegaciones.

     Con el caso McMartin se sentaron las bases de la plaga moralista: dogmatismo religioso, un fuerte componente reaccionario, y su sustento sobre teorías de la conspiración. El Congreso, el Senado y la Judicatura fueron escenario de todo tipo de absurdeces. Se dijo que los niños de todo el país participaban en rituales escatológicos y sacrificios de animales. Se afirmó que los satanistas se habían infiltrado en – cómo no –  las filas demócratas. Los presuntos cultistas componían una vasta red internacional, destinada a acabar con la civilización cristiana occidental, desde hace siglos. Y algo de verdad sí que había: existía un grupo religioso que quería limitar las libertades y someter a la población a sus designios. Pero no eran satanistas, sino conservadores cristianos. Este sector se valió de su poder político para ascender posiciones en el país, a hombros del pánico moral. ¿Y las víctimas? Muchos casos de abusos eran reales; pero quedaron en entredicho por culpa de este caso. Cientos de niños y adolescentes quedaron desprotegidos. Unos, por el temor a denunciar y ser ridiculizados. Otros, porque sus agresores los revictimizaron, acusándoles de inventárselo todo “como los de McMartin”.

     El temor satánico era además un jugoso negocio. Daba igual lo ridículo de tus afirmaciones: cuanto más enajenadas fueran, mayor sería la repercusión. El gobierno aumentó los fondos federales para la atención a los abusos de menores. Gran parte de ese dinero fue a los bolsillos de los defensores del ARS. Además de enriquecerse con un temor infundado, estos tipejos ganaron legitimidad a ojos de la opinión pública. Falsos educadores, líderes religiosos y psicoterapeutas sin escrúpulos: todos sacaron tajada. La maquinaría debía seguir en marcha, alimentada con nuevas víctimas. Era hora de atacar la cultura popular.

 

Dragones y Mazmorras

 

   Editado en 1974, Dungeons & Dragons supuso el comienzo del rol moderno. El juego permitía a un grupo de personas vivir una fantasía heroica, bajo los auspicios de un Máster que dirigía la campaña. Cada aventura era emocionante, y pronto D&D se convirtió en un fenómeno de masas. Las primeras y modestas ediciones dieron paso a expansiones, figuras y maquetas; todas volaban de las tiendas. Las campañas estaban protagonizadas por aguerridos elfos, enanos bravucones y sugerentes hechiceras. Unidos combatían a todo tipo de criaturas. Y fueron estos elementos, la magia y los demonios, los blancos escogidos por los sectores más reaccionarios. Se corrió la voz: adolescentes y universitarios se entregaban a Dungeons & Dragons; e incluso hacían representaciones de rol en vivo, disfrazados de sus héroes. Los padres conservadores, alentados por sus líderes religiosos, mostraron su frontal rechazo. Sus hijos dedicaban horas a un pasatiempo incomprensible, ¡en vez de ir a la iglesia! Con el pánico satánico ganando velocidad de crucero, la interpretación de D&D debía ser sesgada. ¿Los monstruos del juego? Auténticos demonios, cuya representación era parte de un conjuro. La magia practicada en el juego eran sin duda rituales para invocar al Maligno. Estas interpretaciones erróneas dieron paso a los bulos: se proclamó que muchos jóvenes habían hecho aparecer al Diablo por medio del juego. Gary Gygax, cocreador de D&D, fue tajante en su defensa: “Es todo falso. Es como decir que alguien se ha arruinado jugando al Monopoly. Relacionar D&D con el satanismo es fruto de mentes desesperadas, que buscan culpar a otros de su fracaso como padres”.  Aunque la controversia benefició a las ventas de Dungeons & Dragons, la presión del pánico mediático era excesiva. Para la segunda edición del juego, la editora TSR optó por eliminar cualquier mención a diablos y demonios. Fueron sustituidos por los Baatezu y los Tanar’ri, dándoles una procedencia extradimensional. Los demonios no recuperarían su denominación original, hasta bien entrada la década de los 90.

   Las medidas tomadas por TSR no satisficieron a los popes del pánico moral. Y como suele ser habitual en estos sectores, la ética brilló por su ausencia. Era necesario un argumento de peso para hundir D&D; una acusación muy grave. Decidieron que el juego de rol conducía al suicidio, utilizando como argumentos dos tragedias reales. En agosto de 1979, James Dallas Egbert intenta quitarse la vida en los túneles de la Universidad Estatal de Michigan. Egbert estuvo desaparecido un mes, refugiándose en casas de un conocido. El joven sufría depresión crónica, fruto de la enorme presión a la que le sometían sus padres. Éstos contrataron a un detective para encontrarlo, William Dear; quien descubrió que James era aficionado a D&D. El investigador planteó como hipótesis que Egbert se había perdido en los túneles, durante una sesión de rol en vivo. La prensa se hizo eco y, de forma automática, se convirtió en la razón del intento de suicidio del joven. D&D quedó asociado a prácticas peligrosas en lugares inhóspitos; y a chavales que perdían la cabeza por culpa de un juego diabólico. Cuando aún coleaban los rumores sobre Egbert, otro caso vino a reforzar el pánico. Irving Pulling se suicida en 1982. El adolescente tenía problemas psicológicos y de integración, dos explicaciones que no eran del agrado de su madre. Patricia Pulling demandó tanto a TSR como al director del instituto de Irving. El docente había dirigido una campaña de D&D, al cual era aficionado el chaval. Según Patricia, el personaje de Irving había recibido una maldición en el juego, algo que afectó gravemente a su hijo. Como ocurrió con el caso Egbert, la demanda de Pulling fue desestimada. La madre contratacó, fundando en 1983 B.A.D.D. (Bothered About Dungeons & Dragons). La asociación de ‘Padres Preocupados por Dungeons & Dragons’ obtuvo una gran presencia social, con la ayuda de los medios de comunicación conservadores y amarillistas.

    Pulling escribió libros, dio conferencias y hasta se convirtió en orientadora para la policía. Muchos agentes se creyeron a pies juntillas sus delirios, sobre cómo los juegos de rol permitían invocar “auténticos demonios”. Patricia no fue la única asesora policial, e infinidad de policías actuaron como expertos en abuso ritual satánico. Su formación consistió en vídeos sensacionalistas, panfletos religiosos y las charlas que daban fanáticos como Pulling. Hubo un despliegue de oficiales, detectives y agentes con una visión sesgada y peligrosa, que dio lugar a detenciones arbitrarias y casos tan terribles como el de la guardería McMartin. Sus ideas se propagaron por muchos países, hasta quedar bien arraigadas en el imaginario colectivo. Bastaba una chispa para reactivarlas; incluso en un lugar tan alejado como nuestro país. 30 de abril de 1994: Javier Rosado y Félix Martínez acuchillan en Madrid a Carlos Moreno, un empleado de limpieza. Todo formaba parte de Razas, un juego de rol creado por Rosado. A pesar de los rasgos psicopáticas del criminal, la prensa determinó que la culpa fue de los RPG. Cretinos como Rafael Torres llegaron a afirmar que los juegos de rol causaban “necrosis fulminantes en los tejidos de la cabeza y del corazón, aparte de desprecio por la realidad e ignorancia”. Así lo dijo en El Mundo, en la edición del 9 de junio del 94. Durante años hubo una campaña que insistía en asociar estos juegos con las tendencias homicidas. La polémica amainó, pero ya había dejado su simiente en la percepción global: los juegos de rol siempre iban a estar manchados de sangre.

 

El Diablo a todas horas

 

    La televisión se había convertido en una fuerza ubicua. Estaba creando una experiencia cultural compartida, lo que la convertía en otro blanco de las morales más regresivas. En los 80 esto coincidió con una ola de crímenes y delincuencia. Evidentemente, las autoridades no iban a sentirse culpables de esto; pese a haber sumergido al país en una terrible crisis. Era mejor señalar a otras influencias externas, como la tele. Durante décadas se había dado la matraca con que las imágenes violentas derivaban en conductas afines. Esto vino a sumarse a una medida política crucial. En 1981, el presidente Ronald Reagan desregularizó la televisión infantil. Hasta entonces la publicidad (encubierta o no), había estado vetada en los programas y dibujos para niños. Cuando la prohibición perdió vigencia, se desató un torrente comercial. Los dibujos con productos licenciados aumentaron un 300%. Su acogida fue igual de entusiasta: series como Masters del Universo, G.I. Joe o Transformers arrasaban entre los chavales. En cierto modo, los fundamentalistas también se alegraron de este éxito. La omnipresencia de estos programas los convertían en blanco perfecto para sus proclamas. Pero había un problema: los propios dibujos animados. Las productoras eran muy conscientes de que los políticos más conservadores podían pararles los pies. Por ello, las series de dibujos eran lo más inocuas posibles. En Masters del Universo los buenos siempre ganaban, He-Man no usaba su espada, y la violencia se limitaba a unas llaves de lucha libre. Los héroes de G.I. Joe nunca abrían fuego contra sus enemigos, y la sangre brillaba por su ausencia. Para darse una coartada moral, los dibujos tenían incluso un pequeño epílogo educativo. En él, los personajes daban consejos de todo tipo a sus entregados espectadores: desde cómo lavarse los dientes a no fiarse de desconocidos.

     Así pues, no había mucho donde rascar en las series infantiles. Pero los histéricos tuvieron su Séptimo de Caballería: el pánico satánico. Los zelotes clamaron chorradas: “los niños dicen que He-Man es más poderoso que Jesús”, o «el ninjutsu de las Tortugas Ninja era una técnica ancestral de sacrificio humano». Se alegraron al ver que estas mentiras no solo no eran rebatidas, sino que además contaban con adeptos. Libres del compromiso objetivo, autores como Phil Phillips se lanzaron a las tesis más lunáticas: desde que Los Pitufos representaban cadáveres resucitados; al ‘consumo de drogas’ en Mi Pequeño Pony; o incluso que Los Osos Amorosos fomentaban el sexo gay. Estos tintes homofóbicos ilustran cómo la moral más reaccionaria siempre está escorada hacia la misma posición: la que está en contra del progreso y la tolerancia. Tras el éxito de las patrañas sobre los dibujos, Autores como Phillips pasaron al siguiente objetivo: los juguetes. Algo que les llevó al delirio absoluto. En el libro Turmoil in the Toy Box, Phillips llega a decir que los vikingos hacían rituales llevando máscaras de Darth Vader. No sólo eso: cuando hacía fotografías en una juguetería, el mismísimo Satán habría averiado su cámara. Los fundamentalistas disponían de una gran infraestructura y una audiencia igual de amplia. No les costó esparcir sus teorías, sobre cómo los dibujos animados y los juguetes eran la puerta de entrada a lo oculto; y por tanto, al satanismo. En pleno boom del vídeo, iglesias y congregaciones editaban sus propias cintas alertando sobre estos y otros peligros, relacionados con el pánico satánico. Pero por una vez, el capitalismo sirvió de algo. Las series y los juguetes alcanzaron un éxito arrollador, que pasó como una apisonadora sobre estas acusaciones. Otras representaciones culturales no tuvieron tanta suerte.

 

Rock & Roll Nightmare

 

   En periodos de crisis y cambio, el conservadurismo vuelve a la carga. El sistema político y económico de Reagan era frágil. Décadas atrás, el racismo y el sistema de clases había logrado crear un corral, limitando la responsabilidad de los problemas sociales a los sectores más vulnerables. Pero en los 80 se disparó la tasa de suicidio y drogadicción entre los adolescentes. El problema era demasiado grande, y ya afectaba a los barrios ‘de clase bien’. Y ya hemos visto que la moral conservadora no es dada a la introspección. Era mucho mejor crear un Hombre del Saco al que culpar de todo; como la música heavy. Y ya que estaban, añadieron unas gotitas de xenofobia. Bandas como Venom, Mercyful Fate, Black Sabatth o AC/DC eran extranjeras. Unos peligrosos forasteros, que contaminaban a los jóvenes con música diabólica e imaginería pagana. La realidad es que la mayoría de estas bandas se tomaban a coña todo lo demoníaco. Las menciones a Satán y el uso de su iconografía no eran más que un juego; una forma de llamar la atención y de tener una identidad transgresora.

   Cadenas como MTV, con su estilo frenético y posmoderno, eran demasiado perniciosas para los padres de América. Y en 1985, Tipper Gore dijo basta. La esposa del entonces senador Al Gore había pillado a su hija, Karenna, escuchando ‘Darling Nikki’. La canción de Prince hacía alusiones a la masturbación femenina. Tipper debió exclamar “¡MIS PUÑETEROS OÍDOS!”, y tras rezar 80 Padrenuestros, tomó la iniciativa. Junto con otras amigas y esposas de políticos conservadores, Gore crea el Centro de Recursos Musicales para Padres (PMRC). Gracias al apoyo de otras asociaciones, y auspiciada por el sector cristiano evangelista, la PMRC hizo una lista de 15 canciones ‘sucias’. Temas de W.A.S.P., Mötley Crüe, Judas Priest o Mercyful Fate fueron escogidas por su aparente temática violenta, sexual o referente al ocultismo. La PMRC promovió que los padres debían saber el contenido de la música que escuchaban sus hijos, y vetar su consumo si era preciso. En 1985 esto dio lugar a una vista ante el Senado, en la que las compañías discográficas se defendieron de las acusaciones de Gore y sus amiguis. Por allí desfilaron artistas como Dee Snider, Jello Biafra o Joey Ramone. Sus enemigos conservadores esperaban unos patanes descerebrados. En vez de eso, tuvieron ante sí a personas inteligentes, que supieron articular con argumentos su oposición a la PMRC. Especialmente significativo fue el discurso de Frank Zappa: calificó la propuesta de la asociación como “una estupidez”, sin beneficio real para los más jóvenes, y que infringía los derechos de los melómanos adultos. Al final, la PMRC se salió con la suya… Pero no como esperaban. Las discográficas aceptaron poner una pegatina en los discos más controvertidos, alertando sobre su contenido. En realidad, el Parental Advisory se convirtió en una estupenda herramienta publicitaria, capaz de disparar las ventas de cualquier álbum.

   Al margen de esto, Tipper y el resto de Helen Lovejoys lograron culpabilizar a los jóvenes. Cualquier chaval era sospechoso: bastaba con que se comprase un disco de AC/DC, que luciera una camiseta “satánica” o que su habitación estuviese cubierta con posters rockeros. Tras el relativo fracaso de la PMRC, las brigadas cristianas pasaron a la contraofensiva. En 1986, los padres de John Mcollum demandaron a Ozzy Osbourne. Según ellos, la canción ‘Suicide Solution’ había llevado a su hijo a quitarse la vida. En realidad la letra no hacía ninguna mención al uso de armas, por lo que el caso no prosperó. Don Arden, ex manager de Black Sabbath y padre de Sharon Osbourne, resumió la falsa polémica: “dudo siquiera que el señor Osbourne sepa lo que está cantando. Su dominio del inglés es mínimo.”

   La historia volvió a repetirse en 1990, esta vez con Judas Priest. Se les acusó de introducir el mensaje subliminal “Hazlo” en la canción ‘Better by You, Better than Me’, lo cual habría motivado el pacto de suicidio entre de James Vance y Raymond Belknap. Ambos jóvenes arrastraban problemas con el alcohol, las drogas y la delincuencia. De hecho, Vance había tratado de quitarse la vida con anterioridad. Pese a estas evidencias, el juicio siguió adelante, celebrándose el 16 de julio. El grupo se vio obligado a cancelar una gira, y presentarse ante el tribunal de Reno. Con infinita paciencia, Rob Halford explicó que el supuesto mensaje subliminal no era más que una técnica de respiración profunda. Un ruido, vaya. Aun así, los Judas tuvieron que aguantar cinco semanas de juicio, durante las cuales la acusación se inventó otros mensajes ocultos en sus canciones. Cuando el juez por fin desestimó la causa, Halford habló desde la sensatez: “estos dos jóvenes perdieron su vida por su trágica dependencia del alcohol y las drogas. Fue por culpa de unas familias disfuncionales, que no les prestaron la atención que tanto necesitaban. Este juicio ha sido un intento de cargar el peso de la culpa sobre los hombros de otros.”

   El daño ya estaba hecho. Tras una extensa cobertura mediática, las ideas de mensajes subliminales, heavy metal y cultos satánicos echaron raíces en el inconsciente colectivo. Y las víctimas fueron esos mismos jóvenes que los moralistas decían proteger. El ejemplo más devastador fue el de Los Tres de Memphis: Damien Echols, Jessie Misskelley y Jason Baldwin; de 18, 17, y 17 años respectivamente. En 1994 fueron condenados por el asesinato de tres niños en West Memphis, Arkansas. No existieron pruebas, ni se realizó una investigación objetiva. La única evidencia de la acusación fue que Echols escuchaba música heavy, y que había leído algún libro de ocultismo. Los tres se comieron 20 años en la cárcel; que en el caso de Damien, transcurrieron en el corredor de la muerte. No fueron liberados hasta 2011, cuando las pruebas de ADN lograron exculparles.

 

El legado

   El delirio satánico fue un virus imparable, que se sustentó en un pánico mediático. En pleno XX, las brujas salían en los dibujos animados, los discos de rock y los juegos de rol. Las hogueras donde ardían fueron medios sensacionalistas y tribunas políticas. En el capítulo anterior vimos que la histeria mediática es un suceso cíclico, perenne a la sociedad. La locura del pánico satánico aún pervive, aunque adoptando otras formas. QAnon, el grupo de conspiranoicos de extrema derecha, ha adoptado muchos de los rasgos del pánico de los 80. Afirman que la red satánica sigue activa, y que está formada por pedófilos caníbales. Como es lógico, sus acusaciones van dirigidas a políticos demócratas, actores de Hollywood, y cualquier figura progresista. Los QAnon son herederos de los libelos de sangre, la propaganda nazi, y el Macartismo. Alguien cínico se los podría tomar a broma; pero hablamos de unos de los grupos responsables del asalto al Congreso de Estados Unidos, en enero de este año. Sus ideas son peligrosas y, como todo radicalismo moral, exportables. Recordemos que esos mismos asaltantes tuvieron partidarios en nuestro país, por parte de personas que, ahora mismo, se dedican a esparcir desinformación que atenta contra los derechos más básicos.

   En la década de los 80, los retrógrados estaban demasiado ocupados buscan al Demonio en discos de heavy o Dragones y Mazmorras. No sería hasta los 90 cuando la tecnología abrió nuevas vías de ocio; y con ellas, motivos para la ira de los tradicionalistas. Los videojuegos entraban en una nueva era de realismo, que los iba a convertir en el objetivo del nuevo pánico mediático.

 

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