Amulet: el precio del perdón
Con Amulet, Romola Garai se suma a la corriente de directoras como Emma Tammi (The Wind), Roe Glass (Saint Maud) o Natalie Erika James (Relic). Mujeres que traen perspectivas inéditas al terror, a través de las cuáles abordan temas de gran alcance. En su debut como realizadora, Garai aplica un enfoque de género para mostrar unas problemáticas ancestrales. Pero además, Amulet conecta de forma asombrosa con Silent Hill 2. A pesar de que les separan casi 20 años, película y juego están unidos por su estructura, los mensajes que transmiten, y sobre todo por compartir un tema central: el perdón.
Este texto contiene numerosos spoilers de Amulet y de Silent Hill 2.
Perdonar y olvidar. Uno de los pilares de la moral judeo-cristiana. Un arrepentimiento a tiempo, una confesión, y quedas absuelto de tus pecados. “Perdona nuestras ofensas, así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden.” Perdonar a un asesino. Perdonar a un violador. Poner la otra mejilla, por muy terribles que sean los actos de aquellos a los que perdonamos. Pero ¿hasta qué punto tiene valor el perdón cuando no es aceptado? Puede que nosotros seamos mejores personas por perdonar, o que así lo creamos. Puede también que esto nos permita seguir adelante con nuestras vidas. A veces es el único modo de sobrevivir, y de paliar un dolor que nos incapacita. Pero si aquel que ha hecho daño no cambia en nada, y sobre todo, si olvidamos el mal que ha causado, el perdón sólo sirve para excusarle. Mira a tu alrededor, ¿cuántas personas reinciden una y otra vez en causar daño? Ante esto caemos una vez más en la ingenuidad: “ya le castigará Dios por lo que ha hecho”. O desde un punto de vista más terrenal, decimos que “pesará sobre su conciencia”. Es posible que esa persona se atormente por el mal que ha causado. Pero también es posible que lo ignore, que lo justifique o incluso que se autoengañe, para no asumir ninguna responsabilidad. Cuando eso ocurre, desaparecen las consecuencias morales para unos actos perniciosos. Y la moral religiosa vuelve a la carga: hay que evitar el ojo por ojo, o acabaremos todos ciegos. Pero no se trata de eso. Se trata de que unos actos dañinos deberían conllevar una transformación del culpable, por la cual no repita ese comportamiento pernicioso.
Silent Hill 2 y Amulet comienzan dándole a sus protagonistas algo que necesitan. En Amulet, Tomaz es un refugiado sin hogar, que malvive en Londres y duerme en un albergue. Tras un incendio que le deja sin nada, Tomaz conoce a la hermana Claire, quien le ofrece techo y comida. En ese lugar vive Magda, una joven que cuida de su madre enferma. En Silent Hill 2, James Sunderland acude al pueblo tras recibir una carta de su esposa fallecida, citándole en “su lugar especial”. El viudo necesita desentrañar ese misterio, pero también busca cerrar su duelo. James conoce a personajes pintorescos; como Laura, una niña huérfana que vaga por el pueblo, o la traumatizada Angela. Y a alguien más que parece imposible: Maria, una mujer idéntica a la esposa de James, pero más desinhibida y atractiva.
Tomaz y James viven atormentados por algo que les ocurrió en el pasado. En el caso de Tomaz, tan sólo se esboza; vemos su vida aislada en el bosque, en medio de un conflicto bélico. Apenas le quedan unas fotos de su madre y su infancia. Con James su dolor es más explícito: Mary falleció hace tres años, víctima de una enfermedad. Dos protagonistas sumidos en la tristeza, lo que despierta nuestra empatía. Establecida esa percepción, el siguiente paso es el de situar a estos “héroes” en un escenario similar. Silent Hill no es el pueblecito encantador que recordaba James. Da muestras de deterioro y abandono, con humedades y putrefacción. Es como la casa donde transcurre Amulet; ruinosa, sucia, casi podrida. En los dos casos se trata de un entorno negativo, que nos pone en alerta.
Al adentrarse en el pueblo, James se topa con criaturas de pesadilla. En circunstancias normales, otra persona hubiese escapado. James no: sigue adelante, poniendo en riesgo su vida. Da la impresión de que busca ese peligro, tal vez como castigo. Tomaz afronta sucesos similares. Cuando intenta reparar un inodoro, descubre que el atasco lo producía una criatura repulsiva. El engendro le muerde y tiene que matarlo. No es el único ser extraño que encuentra Tomaz. Encerrada en el ático, la madre de Magda tiene una apariencia monstruosa, y es extremadamente violenta. Tanto James como Tomaz son testigos de algo terrorífico. Esto se suma a la percepción bondadosa que tenemos de ambos, y nos hace creer que ellos son las víctimas de un mal externo.
Al avanzar, tanto la película como el juego nos sugieren que ese juicio es erróneo. En Amulet, mientras pica el techo para repararlo, Tomaz halla una concha. Al tocarla recuerda la estatuilla que encontró en el bosque, y el impacto le hace caer de la escalera. Como le desvela a Magda más tarde, ese símbolo se esculpía en las casas “para advertir del mal”. Eso no es todo, pues Tomaz sufre ataques de pánico cada noche. Al dormir recuerda su vida en el bosque. Allí conoció a Miriam, una mujer que trata de cruzar la frontera para reunirse con su hija. Tomaz le dio cobijo, y los flashbacks nos muestran que fue un periodo apacible. ¿Qué es entonces lo que le altera tanto? En el caso de Silent Hill 2, la pista llega con los maniquís y las enfermeras. Estas criaturas son voluptuosas, de formas femeninas, casi sensuales. El subtexto sexual se subraya con Pyramid Head, el gigantesco monstruo que persigue a James. Armado con un cuchillo gigante, este ser abusa de maniquís para luego masacrarlos. James se esconde en un armario, sin quitar los ojos de la escena.
Ambos protagonistas parecen buscar una absolución, por medio del buen comportamiento. Es mera apariencia, ya que los dos fracasan en ese rol autoimpuesto. En Silent Hill 2, James es incapaz de proteger a Maria. Pyramid Head la asesina una y otra vez, y él no lo impide. Tampoco puede evitar que su verdadero carácter salga a la luz, cuando Laura le cuestiona por su amor a Mary. Más adelante, James parece triunfar en su empeño: mata al monstruo que atormentaba a Angela. Pero lejos de agradecérselo, ésta se lo recrimina. Lo hace porque tiene calado a James. Él cree que salvar a una mujer “compensa” la muerte de otra; pero eso es objetificar a las personas, como si fuesen cromos intercambiables. En Amulet, Tomaz sigue un camino casi idéntico. Siente una profunda necesidad de “ser bueno”, e incluso se lo repite a sí mismo. Pero tras instalarse en casa de Magda, la ayuda que aporta es escasa. Pasa más tiempo comiendo que haciendo reparaciones. Invita a Magda a bailar, y la abandona cuando ella le muestra su afecto. También fracasa en su rol de protector. Huye al ver a la monstruosa madre de Magda, y ésta le llama cobarde. Como James, su actitud cambia cuando le dicen la verdad. Magda tiene razón: Tomaz no es capaz de matar a la madre, y vuelve a huir tras intentarlo.
A Tomaz y a James les les une la frustración sexual; y es la clave de los crímenes que ambos cometieron. Amulet revela la verdad por medio de flashbacks. En ellos vemos cómo, a pesar de su actitud benévola con Miriam, Tomaz muestra señales inquietantes. En una conversación junto al río, el joven le revela que ya la conocía. Con una amabilidad forzada, recrimina a la mujer que no se fijase en él. Esa tensión que bulle en Tomaz estalla más adelante, cuando Miriam anuncia que se marcha. Tras darle las gracias por todo, le dice algo que es casi un ruego, para que trate de contenerse: “eres un buen hombre”. El mismo mantra que Tomaz repetirá en casa de Magda. Pero es inevitable. Tomaz persigue a Miriam y la viola. A partir de ese momento, la frustración sexual de Tomaz queda ligada a su terrible crimen. Y ese deseo sigue presente. Aunque Tomaz la reprima (porque le recuerda lo que hizo), su apetito es literal. Magda le cocina, pero a Tomaz le sienta un poco mal porque “no está acostumbrado”. Pese a ello, no se reprime en devorar cuanto le pone en la mesa.
Silent Hill 2 nos desvela que, cuando Mary enfermó, James se sintió frustrado. Si Tomaz pasó mucho tiempo en el bosque, James estuvo tres años sin recibir la atención sexual de Mary. Esto demuestra su enorme egoísmo: le importan más sus necesidades que las de su mujer. James debía sentir un amor incondicional por Mary; cuidarla y estar a su lado, por difícil que fuera. En vez de eso, James despersonalizó a su esposa, casi a la categoría de objeto de satisfacción. Desprovista de ese rol, sólo quedaba la enfermedad. Mary era una carga. James decidió librarse de ella, asfixiándola con una almohada.
En Silent Hill 2, monstruos como los maniquís o las enfermeras son reflejo de esas pulsiones de James. También Pyramid Head, que mezcla el sexo que tanto frustraba a James; con la violencia relativa al asesinato de Mary. Cada vez que Pyramid Head ejecuta a Maria, le está obligando a recordar que mató a su propia esposa. En Amulet, el monstruo de la cisterna es también una representación del mal que causan los hombres. Lo comprendemos al conocer la identidad de la madre de Magda: es en realidad el antiguo inquilino de la casa. Como Tomaz, este hombre también cometió un crimen atroz. Por ello, le fue impuesto una condena: dado que albergaba la maldad en su interior, se le obliga a engendrarla de forma física. Una y otra vez. La penitencia cumple otra función: que ese mal quede contenido en los muros de la casa. De ese modo, la «madre» da a luz monstruos como el que Tomaz encontró en el baño, convirtiéndose en receptáculo de su propia abyección. El mismo castigo eterno que le espera a Tomaz.
En Silent Hill 2 Pyramid Head es invencible. Es una parte del propio James, externalizada porque él la niega. Cuando por fin afronta su vergonzosa verdad, Pyramid Head desaparece. A Tomaz le ocurre algo parecido: al recordar lo que hizo y aceptarlo, consigue un instante de paz. Ha asumido aquello que le atormentaba, y ahora puede expiarlo. Tras admitir un error caben varias opciones: corregirlo, aprender de él o ignorarlo. En el caso de James, sus elecciones determinan qué final del juego veremos. En “Dejar”, James reconoce sus pecados, aunque no se perdone a sí mismo. Abandona la negación y asume sus actos, para poner rumbo hacia una nueva vida. En el final “En el agua”, el protagonista no logra dejar atrás el pasado, y decide quitarse la vida. Y en “Maria”, James se niega a hacer acto de contrición. A lo largo del juego nos hemos olvidado de Mary, sin mirar su foto o leer su carta. Elige aferrarse a Maria y marcharse con ella. Pero Maria muestra síntomas de la enfermedad que mató a Mary. James está condenado a repetir sus errores.
En varias ocasiones a Tomaz se le da la oportunidad de rectificar, y él opta por no hacerlo. Cuando llega a casa de Magda, ésta le dice que se vaya. En cambio decide quedarse. Magda ya está entregada al cuidado de su madre; pero Tomaz no tiene problemas en convertirse en parásito. Está cómodo en esa posición. Cada vez que hace amago de marcharse, siempre termina volviendo. La hermana Claire también le anima a cambiar. Le ofrece un teléfono, para que se ponga en contacto con su familia. Le sugiere que regrese a su país, donde la guerra ya habrá terminado. Y le insiste en algo crucial: “hay otros caminos además del de delante”. Tomaz no lo acepta. Tras desvelarse su crimen, Tomaz tampoco rectifica. Aunque su castigo es inminente, no está dispuesto a resignarse. Necesita arrastrar a alguien con él. Cuando la monja le informa de que necesitará una compañera, Tomaz no duda: “la quiero a ella”. Quiere a Magda, a pesar de que está ligada a su madre; y que cuando ésta muera, la joven quedaría libre. Tomaz se muestra tal cual es: egoísta y malvado. Aunque vive bajo el peso de la culpa, cuando tiene la opción de corregirlo, la rechaza conscientemente. “Has disfrutado la comida, y ahora te toca pagar”, le dice la hermana Claire. En ese momento se revela la identidad de estas dos mujeres. Claire adopta el disfraz de monja al servicio de Magda. Le ayuda a encontrar hombres responsables de atrocidades, para hacerles pagar por ello. Magda es en realidad una diosa primigenia, vengativa y matriarcal. La encarnación de una femineidad anterior a religiones como el Cristianismo, que giran en torno al perdón.
Una parte fundamental de Silent Hill 2 es la carta de Mary. Mary era consciente de cómo su enfermedad había roto el matrimonio. Se dio cuenta de cuánto afectaba a su marido, y eso le causaba un gran pesar: “cada vez te cuesta más venir a verme. No sé si me odias, o si te doy pena. A lo mejor sientes asco.” Pese a ello, es Mary la que le pide perdón. Perdón por sus cambios de humor, por todo lo que no ha podido darle. Por su enfermedad. Su bondad es tan grande, que le pide a a James que intente ser feliz sin ella. “Haz lo que sea mejor para ti, James. Sigue adelante con tu vida.” Le dice que siempre le querrá. Y esa es la clave: su amor incondicional está por encima de todo, incluso de ella misma. Amar a alguien significa desear lo mejor para esa persona. Mary quería de verdad a James. Y sabía que jamás saldría adelante si no se perdonaba a sí mismo.
Ese perdón es también crucial en Amulet. Sumado a la aceptación de nuestro peor lado, el autoperdón es el único modo de avanzar. Lo contrario es vivir en un estado de negación permanente, bajo el cual seguimos cometiendo los mismos errores. En la película, Agnes le dice a Tomaz que “es un pecado desperdiciar la vida”. Él podría dejar atrás su pesar, pero sólo si asume las consecuencias de sus actos. Pero Tomaz lo rebate así: “los antiguos dioses no creían en perdonarse a uno mismo”. Él tampoco lo cree. Para Romola Garai, el perdón sólo tiene valor si la otra persona admite lo que ha hecho, y si además acepta esa parte negativa de sí mismo. No cabe perdonar a quienes no están preparados para reconocer cómo son y lo que son. Si se les disculpa, se se les da permiso para seguir obrando mal. Admitir nuestra auténtica naturaleza es difícil. Implica renunciar al concepto que tenemos de nosotros mismos; aquel sobre el que hemos construido todo lo que somos. Pero es la única forma de conocerse a uno mismo, y así romper el ciclo de daño.
Cabeza de familia. Caballero andante. Patriarca. Héroe. Desde siempre, el rol de protector ha caído sobre el hombre. Silent Hill 2 y Amulet parten de esa misma concepción, para después derribarla. Nos arrancan la venda de los ojos, ya que siempre damos por sentado ese papel al protagonista. Ambas obras muestran los peligros de ese prejuicio: desde siempre, los protectores se han valido de esa posición para hacer daño. Explotan la buena fe de otras personas. ¿Se equivocaba Miriam, cuando se fió de Tomaz al darle éste cobijo? ¿Se equivocaba Mary, al creer que su esposo iba a apoyarla de forma incondicional? Las dos confiaron de forma natural, porque es lo lógico. Lo terrible es que los protectores aprovechen esa confianza para hacer daño. Pero ese comportamiento es tan viejo como el mundo; hasta el punto de que sus autores se sienten legitimados a ello. Porque no pueden cambiar. No quieren cambiar. Rechazan un perdón que va contra su naturaleza. “¿Sabes qué es un demonio, Tomaz?”, le explica la hermana Claire. “Es maldad pura. Pero el mal no es tan solo una idea, Tomaz. El demonio engendra el mal. Lo hace tangible.”
Tras ir de la mano en todo el trayecto, Silent Hill 2 y Amulet se separan en el desenlace. El juego deja en nuestra mano el destino de James. En cambio, Romola Garai quiere ir más lejos. Para ella el mal es eterno, y seguirá presente mientras no haya una inversión de los roles de género. Su obra es vindicativa. Es una represalia a un comportamiento extendido, a partir de una historia concreta: Tomaz ha hecho algo horrible; pero no sale indemne de ello, que es lo habitual en estos casos. Recibe una penitencia eterna, reflejo de cómo estos comportamientos se han perpetuado a lo largo de la historia. En ese sentido, la película es una catarsis; pero no aleja el foco de la víctima. En el epílogo de Amulet, Magda visita a Miriam, que trabaja en una gasolinera. Al hablar sobre cómo los turistas están volviendo a la zona, Miriam le dice: “Hay que continuar con nuestras vidas, ¿verdad? Olvidar y seguir adelante.” Agnes le deja la estatuilla de la diosa; la misma que encontró Tomaz en el bosque. Al entregársela, le transmite que se ha ocupado del hombre que le hizo tanto daño. “Nada de olvidar”, responde Agnes al irse. Miriam nunca estará sola. El tiempo no lo cura todo. Y olvidar las injusticias es permitir que éstas se sigan produciendo.
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